complejo
Usina Gral. San Martín
El museo empieza afuera
La historia que este museo cuenta tal vez se entienda
mejor si se presta atención al paisaje que lo
rodea, teniendo en cuenta que la existencia del propio
museo constituye una intervención en ese paisaje.
Una mirada en torno nos lleva de los elevadores de la
que fuera, entre 1963 y 1991, la Junta Nacional de Granos
a los recientes silos de las trasnacionales Toepfer
y Cargill; de la usina inglesa del Ferrocarril Sud (1907)
a la usina soviética que comenzó a construirse
en 1978, pasando por el "castillo" que la
compañía Italo Argentina de electricidad
comenzó a levantar en 1928; de los camiones y
los trenes que cruzan incesantes el puente La Niña,
a los vecinos que atraviesan las vías o barren
el cereal caído en la ruta, y de ellos a las
gallinas y a los chanchos que esos granos alimentan
en innumerables patios de Ingeniero White, Saladero
y Bulevar.
La usina fue inaugurada en el año 1932. Se trata
de una gigantesca construcción de hormigón
armado erigida junto al mar, cuyo exterior evoca la
apariencia de un castillo. Su historia, sin embargo,
poco tiene que ver con el pasado medieval europeo. Fue
la primera construcción de hormigón armado
levantada en este puerto y proveyó de electricidad
a la ciudad de Bahía Blanca durante 56 años.
Construida por la Compañía Italo Argentina
de Electricidad, a través de su subsidiaria Empresas
Eléctricas de Bahía Blanca, fue adquirida
por el Estado Nacional en 1948, para ser finalmente
desguazada entre los años 1997 y 2000. Hoy permanece
en ese estado, por lo que se encuentra cerrada al público.
La Casa del Espía es un café y, al
mismo tiempo, un lugar donde compartir las historias
de leyenda de este puerto. Relatos espectrales que dibujan
sombras de platos voladores y de submarinos en la costa.
El viento del puerto arrastra estas historias que al
pasar de boca en boca se transforman y se mezclan con
el run run de las turbinas, la bocina de un tren que
parte y las tolvas de los elevadores, en noches que
los vecinos prefieren olvidar
En
esas noches hay fantasmas que llegan del pasado pero
también los hay que llegan de un futuro que nunca
fue: una Bahía Blanca próspera con pequeños
vehículos voladores entre torres gigantescas
de cristal, una ciudad en la que sus habitantes se dedican
a trabajar en lo que desean y el estudio y el arte ocupan
el tiempo libre. Fantasmas y sueños, no como
inventario de exotismos sino como testimonio de los
temores y deseos que también nos constituyen.
En los años treinta, el intendente socialista
Agustín de Arrieta proyectó un fantástico
balneario para la costa de los barrios Bulevar y Saladero.
La Rambla de Arrieta, cuyo primer tramo se inauguró
en marzo de 2009, es un intento por materializar una
porción de ese sueño, una apuesta por
recuperar el frente marítimo de la ex usina
como un paseo público, que abra una brecha
en el muro de cemento y hierro que hoy valla gran
parte de la ría de Bahía Blanca.
La Rambla no es la Costa Azul, no es Aruba ni Acapulco,
ni siquiera Mar del Plata, Necochea o Monte Hermoso.
No es un paseo para soñar que vivimos en otra
realidad, sino para tener más claro qué
realidad es esta que nos toca vivir. Un lugar para
mirar el mar y todo lo que en el mar interactúa:
cereleras trasnacionales, cangrejos cavadores, lanchas
de pesca artesanal, buques con millones de metros
cúbicos de gas agua, sal, dragas, aves,
dólares, soja, polietileno